Mi historia
Hubo un tiempo en que ni siquiera podía caminar por una tienda sin derrumbarme de dolor. Mi esposa tenía que empujarme en una silla de ruedas a dondequiera que fuéramos. Me sentía atrapado en mi propio cuerpo, traicionado por él. Fui de doctor en doctor, más de diez en total, esperando que alguno por fin me viera, me escuchara, me ayudara. Pero todos me decían lo mismo: “Estás bien.” Y no, no estaba bien sentirme mal.
Cuando al fin recibí el diagnóstico, fibromialgia, sentí casi alivio de que mi sufrimiento tuviera un nombre. Pero enseguida llegaron las palabras que me destrozaron: “Esto no se puede sanar.” Imagínalo. Que te digan que la vida que conocías se acabó para siempre. Pero algo dentro de mí se negó a aceptarlo. Llámalo terquedad, llámalo fe, llámalo instinto de supervivencia.
Empecé a investigar, a buscar, a cuestionar todo lo que me habían dicho. Esa búsqueda me llevó a la nutrición, a comprender el cuerpo de una forma en la que nunca me habían enseñado. Y poco a poco, algo empezó a cambiar. El dolor fue perdiendo fuerza. Y entonces entendí algo poderoso: mientras estemos vivos, nuestros cuerpos nunca dejan de luchar por nosotros. Siempre están intentando sanar, siempre buscando volver al equilibrio.
Esa verdad lo cambió todo. Y me dio un nuevo propósito: ayudar a otros a descubrir lo mismo.